Parada obligada del centro de la ciudad de Buenos Aires, ya desde la vereda El Tortoni te seduce con el aroma que se escapa cada vez que se abren las puertas.
Su fachada, que se conserva desde su fundación en 1893, es escenario de encuentros políglotas entre turistas que esperan entrar.
Como a una mujer que sabe lo que vale y se hace desear, esperamos nuestro turno en la vereda más allá de que dentro haya lugar para todos.
Al entrar recibimos una cachetada de cultura porteña (vestida de obras de arte, de mosos con moño y fotos de clientes emblemáticos) que nos recuerda la historia del lugar. Y comenzamos a respirar su historia.
"¿Quién habrá ocupado esta mesa? Gardel? Victor Hugo Morales? O tal vez Gabriela Mistral?"
Demasiados nombres, demasiadas mentes despiertas para las pequeñas mesas de mármol. Demasiados "ahítos de melancolía y café", como uno de sus grandes clientes supo describir.
Decidimos elegir el menú tradicional: Café con tres medialunas y Chocolate caliente con Churros. Ambos tan porteños (si, lo diremos miles de veces mientras respiramos el ambiente, todo "tan porteño") y sobretodo rico. Lo absolutamente destacable fue el chocolate caliente, uno de los mejores que hemos probado.
De algún modo, es extraño ver tanta "porteñitud" mezclada con frases en portugués, mosos que hablan inglés (ese idioma pirata que tantas malas pasadas nos jugó) y clientes que preguntan qué es un churro con dulce de leche.
Con esa sensación nos fuimos: de haber tomado el mejor chocolate con churros de Buenos Aires rodeados de gente que apenas puede entender su gusto.