Los pies mojados, las mochilas cargadas y la cara con tierra nos pedían algo caliente. Lo inesperado se volvió posible: frente a la plaza principal encontramos un café, El Refugio de la Música. Suenan carnavalitos, zambas y chacareras. Las paredes recubiertas con íconos de la música folclórica argentina decoran la pequeña esquina.
En sólo minutos se volvió refugio de varios turistas que ocuparon todas las mesas. Mezcla de idiomas y tonadas: jujueño por un lado, ingleses intentando pedir un café con su mejor español y risas cordobesas de fondo.
Pedimos dos cafés con leche en jarritos de cerámica con "completos": pan de grasa finito con queso de cabra, mermelada de frutilla y manteca. La fusión de sabores poco comunes para nuestro paladar porteño arrazaron con los tipicos cafés con medialunas. El queso de cabra suave frente a la acidez de la mermelada sobre la fuerza del pan de grasa, no tienen comparación.
El norte argentino no sólo nos está maravillando con sus paisajes sino también por sus sabores. Panza llena, corazón contento dice el dicho. En este caso, fue panza llena por la merienda y corazón contento por el descubrimiento.