viernes, 16 de diciembre de 2011

Café La Giralda: La Reina de la Chocolatada



En Avenida Corrientes al 1400, entre Uruguay y Paraná, nos espera "La Giralda". Su fachada se esconde entre las luces y colores de la avenida "siempre viva", de noche por los teatros y de día por las librerías.




Casi no es un café sino una lechería donde la especialidad es el chocolate espeso. En 1930, en este antiguo edificio, un andaluz instaló una lechería y la llamó La Giralda. Desde esa fecha es punto de reunión durante el día y la noche.




El cartel en la vidriera nos avisa: "Especialidad: Chocolate con churros". Sólo a nosotros se nos ocurre buscar café en la reina de la chocolatada. No podemos negarnos y pedimos un café con leche y medialunas, y la estrella de la casa: Chocolate espeso con churrros rellenos de dulce de leche.




El salón es amplio y la barra ocupa casi todo su largo. La mezcla de estilos sorprende: mármol e  las mesas, paredes azulejadas, vidrieras con bebidas, espejos y percheros junto al cartel luminoso que corona el fondo del salón. Todo el ambiente y, sobre todo, el mozo con su amabilidad en impecable moño negro sobre camisa blanca, nos llevan a otra época. ¿ Década de 1940 o 1950? 




El chocolate espeso (ya preparado) es impecable. La proporción justa de chocolate y de leche acompaña magníficamente a los churros con dulce de leche. 
Mientras los saboreamos hago una nota mental: Debo preguntarle a mi abuelo si alguna vez llevo a mi abuela a merendar a La Giralda en sus salidas de novios. Tal vez, sin buscarlo, la historia se repite.









domingo, 27 de noviembre de 2011

Bar Británico: Café junto a Sábato

En una esquina, frente a la inmensidad del Parque Lezama en San Telmo, se encuentra el Bar Británico. 




Conocemos su singular historia. En 2006, quisieron cerrarlo ante la mirada de un barrio que creció con la mítica esquina en sus entrañas. Sus antiguos dueños, los propietarios españoles que decidieron darle ese nombre ya que allí se reunían muchos ex combatientes ingleses de la primera guerra mundial, eran desalojados. Unos meses después fue reabierto, luego de miles de firmas de vecinos, de muchas lágrimas derramadas por el corazón de Brasil y Defensa.




Hoy su alma sigue intacta. Su fachada y su interior hablan de sus años de café-bar de barrio. ¿Quiénes serán aquellos que se encuentran el as fotos viejas de sus paredes? ¿Cuántas historias del barrio, de amores, de guerra, de familias habrán escuchado esas mesas?




Justo cuando nos vamos a sentar en una mesa frente a la barra, descubrimos una solitaria junto a la ventana. Tiene el ángulo perfecto de visión al Parque Lezama, a las cuatro esquinas del barrio de San Telmo, a sus vecinos, a la murga que emprende el camino de vuelta y al resto de bar. 




Cuando el mozo se acerca, para tomar el pedido, descubrimos el porque de tanta magia: "En esta mesa se sentaba Sábato a escribir" nos revela.  Sin pensarlo mucho, pedimos un café con leche, un submarino y totadas para dos. El café vino acompañado con un jugo de naranja exprimido. fueron un buen complemento para las totadas grandes con queso fundido y mermelada.





Boquiabiertos pensamos en la cantidad de pensamientos que esa misma mesa, donde estábamos sentados, fue única espectadora. Fue la mesa de las avant-première de las historias de Sábato.


Fué una espera interminable. No sé cuanto tiempo pasó en los relojes, de ese tiempo anónimo y universal de los relojes, que es ajeno a nuestros sentimientos, a nuestros destinos, a la formación o al derrumbe de un amor, a la espera de una muerte. Pero de mi propio tiempo fué una cantidad inmensa y complicada, lleno de cosas y vueltas atrás, un río oscuro y tumultuoso a veces, y a veces extrañamente calmo y casi mar inmóvil y perpetuo donde María y yo estábamos frente a frente contemplándonos estáticamente, y otras veces volvía a ser río y nos arrastraba como en un sueño a tiempos de infancia y yo la veía correr desenfrenadamente en su caballo, con los cabellos al viento y los ojos alucinados, y yo me veía en mi pueblo del sur, en mi pieza de enfermo, con la cara pegada al vidrio de la ventana, mirando la nieve con ojos también alucinados." (El Tunel, fragmento)



¿Lo habrá escrito en esta mesa? ¿Mientras miraba el reloj de la barra o los ojos de la chica que leía en una mesa frente a él? ¿O en una tarde de invierno, que siempre llaman a la nostalgia, tomando un cortado? No podemos saberlo, solamente sentimos su magia en esa mesa del Bar Británico.



domingo, 6 de noviembre de 2011

Café El Gato Negro: Festín para los sentidos

Perdido entre teatros y librerías de la gran calle Corrientes, asoma "El Gato Negro" con su hermoso moño rojo.

La vidriera es una invitación: muestras de miles de especias en un decorado de señores tomando el café ritual después del almuerzo.
Pero la invitación no detalla el gran festín que siente el olfato al ingresar.
Miles de aromas: pimienta, curry, chocolate y orégano. Miles de sabores conocidos y por conocer: pimentón, tomillo, romero, mostaza y mosqueta golpean nuestras narices.

La vista también se deleita. El local funciona desde 1927 como almacén de especias y aromáticas. En su pequeño salón, hoy se encuentran las mesas junto a antiguas estanterías almacén y frascos de vidrio y lata.
Pedimos un café especial (con jengibre, miel y canela) y un té de vainilla y canela, acompañados de una exquisito cuadrado de ricota.




El paladar también se cautiva y el gusto entra a la fiesta de los sentidos. El café especial se destaca por el equilibrio de sus sabores: la miel y canela endulzan el café sin necesidad de azúcar, y el jengibre da el toque especial sobre los últimos tragos.

La carta es pequeña pero variada de tés e infusiones gourmet junto a cafés especiales de la casa, budines y tortas. Disfrutamos la mezcla, la fiesta de aromas y olores. jugamos a quitarles las máscaras y descubrir a cada uno en soledad. Tarea imposible, se sienten a gusto en su mezcla dentro de "El Gato Negro".



Antes de irnos compramos algunas bolsitas de especias surtidas. El tacto, que no entró en el festín, se sentirá a gusto cocinando al volver a casa.




Café Amada: Cruzando el charco


Fin de semana de escapada a Colonia del Sacramento, Uruguay. No pudimos evitar buscar un buen lugar donde tomar café.

El rústico adoquinado nos lleva a las puertas de Amada, frente a las plantas de antiguas casas coloniales, se destaca por su delicada belleza. Flores rosas y una hermosa Santa Rita salen a recibir a quién llega en una vereda con pequeñas mesitas.

Al cruzar la puerta sentimos ingresar a una pequeña y antigua casa de muñecas en toda su "rosadez". Un sinfín de detalles delicados y tan  femeninos sorprenden nuestra mirada: floreritos de colores, vasos de diferentes colores y formas, la carta de estilo pin up, sombreros y tocados junto a un espejo en el recibidor.



Rodeados de esta ambientación no nos sorprenden las delicadas tazas de porcelana del café pintadas con flores rosas. El café no se destaca pero cumple con el pedido: un café chico y un cortado para relajarnos luego de un suculento almuerzo colonial. Completan la carta de Amanda, pequeños sándwiches y tentempiés, además de un surtido de postres y meriendas, entre los que se destacan los scons con mermelada casera.



Es difícil salir del ensueño floreado y rosado. Cada detalle endulza aún más la pequeña taza de café: manteles de colores pasteles, una antigua máquina de coser, ovillos de lana y la delicada presentación de la cocina.


Seguimos nuestro recorrido por Colonia y su casco histórico. El aroma del café, esta vez, nos dejó un sabor de dulce en flor.


jueves, 13 de octubre de 2011

Café La Biela: motor social de Recoleta



En el cruce de Avenida Quintana y Ortiz , encontramos la mítica esquina del Café La Biela. Punto de reunión de las vecinas de Recoleta, de fanáticos y héroes del automóvilismo y de celebridades del espectáculo y la literatura.

Cambió de nombre en numerosas ocasiones hasta dar, en 1950, con el perfecto. La biela es una de las partes más importantes del motor de un automóvil. Y de igual manera, La Biela fue uno de los primeros y más importantes centros gastronómicos y de reunión social de la zona.



Su patio sobre la terraza, con vista a la Iglesia y al Cementerio de Monjes Recoletos, es uno de los más codiciados centros de reunión del barrio. Tanto es así que el precio de la carta es mayor alli que el precio en el salón. Decidimos entrar al salón y descubrir que aire se respira dentro.




Pedimos nuestras clasicas tostadas completas y café con leche para dos y una sorpresa del menú: croissants franceses. No tan mantecosos ni grandes como los parisinos pero sorprendentemente ricos. Extrañamos la espuma de "máquina" en el café servido a mano por un excelentísimo mozo.




Mientras lo disfrutamos no podemos evitar mirar a nuestro alrededor. ¿Qué tipo de personas se acercan a La Biela? A la numerosa cantidad de turistas y gente de vista, como nosotros, se suman las señoras que comparten el abundante "Té La Biela con masas". En un costado un pequeño grupo de señores miran, por el único televisor del salón, un partido más del fin de semana, mientras recuerdan viejas época de popularidad del automovilismo.


El salón hace pensar en un centro automovilístico de lujo e increíblemente refinado. Dentro del salón se destacan las sillas con una biela tallada en los respaldos que hacen juego con las partes de antiguos autos que cuelgan de las paredes. Radiadores, antiguas bocinas y fotos de Juan Manuel Fangio junto a mozos de gran amabilidad y perfecto moño.


El gran equilibrio de La Biela entre un ambiente refinado y un centro de reunión "tuerca", mueve el motor social de Recoleta.



martes, 30 de agosto de 2011

Adiós al Café Richmond



No sólo le decimos adiós a un nombre de la tradición porteña.
No sólo le dijeron adiós a sus 50 empleados históricos.
No sólo le decimos adiós a su cafecito después del teatro.
No sólo le decimos adiós a las grandes personalidades que por allí frecuentaban.
No sólo le decimos adiós a su salón de espejos.

Le decimos adiós a un pedacito de historia.



Coco y Davidson



martes, 16 de agosto de 2011

Café Bar Plaza Dorrego: Amores de Cafetín


De sólo entrar en San Telmo ya sentimos la historia del barrio. La respiramos en sus pequeñas calles de adoquín, los mercados de pulgas, su gente y su Plaza Dorrego. Justo ahí, frente a los artesanos, Café Bar Plaza Dorrego nos invita a vivir el barrio en una taza de café.

Cada detalle del edificio tiene una historia escondida. Sus paredes talladas por los visitantes, las vitrinas forradas de viejas botellas y los cajones-alacena que anuncian en el vidrio pintado los ingredientes del menú nos transportan de a poco a otra época. ¿Eso habrá sentido Marty Mcfly en el DeLorean?


Las sensaciones son extrañas. Hay algo en el ambiente que nos esconde historias de amores prestados, de encuentros furtivos y, a la vez, tan atemporales que quedaron grabados en cada pedacito del café. Las mesas, el mostrador y los revestimientos de las paredes están completamente tallados de nombres, de historias y vidas que pasaron por ahí.


El amor por íconos nacionales, de época y anacrónicos como todo allí, decoran las partes de paredes que no fueron talladas. Niní Marshall, Carlos Gardel "El Zorzal de Buenos Aires" y Minguito, no desentonan con la gigantografía (ya sepia) de Marilyn.


El propio menú nos sigue hablando de alguien que está de paso y con el tiempo prestado. A las variedades de café y tragos lo completan algunas minutas. Pedimos café con leche con tostadas para dos. No era cuestión de desentonar con tantas parejas que habrán ocupado ese mismo lugar junto a la ventana. Nos encotramos con tostadas como las de casa y una taza inmensa de café con leche que las acompaña de forma maravilosa. En pocos lugares se puede tomar un café con leche de esas dimensiones.



Mientras armamos las totadas con manteca no podemos evitar leer los nombres. Imaginamos las historias, recreamos los rostros de aquellos que los grabaron. Nos preguntarnos el por qué, quién habrá comenzado, cómo el dueño lo permitió.


Miramos a quienes nos rodean, además de los frecuentes turistas que son el sonido ambiente del lugar, todos parecen pensar lo mismo mientras pasan el dedo por el tallado de la mesa.


Al parecer, hay lugar para todos en la máquina del tiempo de Café Plaza Dorrego.

domingo, 17 de julio de 2011

Café y Pizzería El Globito: Aroma tribunero


Decidimos hacer un cambio de escenario y elegimos el barrio de Parque de los Patricios.
En el corazón de sus plazas encontramos al mítico café "El Globito". Desde la puerta se anuncia con respeto: "Usted está ingresando a un pedazo de historia de Parque de los Patricios". El aroma a rica y aceitosa muzzarella de la pizzería, que también funciona en el lugar, lo inunda todo.
Nos sentimos visitantes ya al ingresar, levantan con disimulo la mirada para vernos sentar en las mesas equivocadas. Se trata de un café típico de parroquianos del barrio que se reúnen a ver partidos y mezclar la política con pizza y cortados. Nos dijimos: Ya que entramos en la cancha, juguemos; y pedimos un Café con leche completo (acompañado de una panera de tostadas con mermelada y manteca) y un Capuchino Italiano. Las tostadas nos hicieron acordar a las de nuestras mamás: con el color, el grosor y la temperatura justas para que la manteca se derrita sobre ellas.

Eramos bichos extraños, dos paparulos a los que se le ocurría merendar en la prevía a un partido. Cerveza tirada, Coca-Cola como excepción y empanadas de entrada se pide en este lugar, parecía decirnos el mozo "Marcelito", cada vez que se acercaba a la mesa.
Se respira fútbol, en la ambientación, en los colores, en su gente, en los clientes. Logramos escuchar algunas conversaciones. A lo lejos se habla de política, de fútbol, de El Globo..no se nombraba la B, ni el campeonato local. Argentina y la Copa América son las estrellas. Llegan algunos más y se arma la previa, la tribuna frente al televisor, los nervios pre-partido.
¿Cuántos gritos, discusiones de directores técnicos de bar, cuántas lágrimas de señores cuarentones habrá visto esa misma taza donde estábamos tomando café? Cuánta historia representada en los cuadritos de las formaciones que alguna vez vieron campeón al Huracán de sus amores, enmarcada en el cartel que anuncia "cerveza suelta".
Tenían razón en la entrada estabamos entrando a un pedazo de la historia de Parque Patricios. Pero se equivocaron los parroquianos, nosotros también queremos al Globo, somos hijos adoptivos de este barrio.

lunes, 11 de julio de 2011

Café Tortoni: Aroma de Café y Cultura




Parada obligada del centro de la ciudad de Buenos Aires, ya desde la vereda El Tortoni te seduce con el aroma que se escapa cada vez que se abren las puertas.


Su fachada, que se conserva desde su fundación en 1893, es escenario de encuentros políglotas entre turistas que esperan entrar.

Como a una mujer que sabe lo que vale y se hace desear, esperamos nuestro turno en la vereda más allá de que dentro haya lugar para todos.

Al entrar recibimos una cachetada de cultura porteña (vestida de obras de arte, de mosos con moño y fotos de clientes emblemáticos) que nos recuerda la historia del lugar. Y comenzamos a respirar su historia.

Hay cuidado en los detalles: sus platos, sus tazas, la atención de los mosos, los claros y oscuros de la iluminación, las obras de arte que no dejan espacio en las paredes.

El sinfín de detalles con carga histórica que te llevan a preguntarte:

"¿Quién habrá ocupado esta mesa? Gardel? Victor Hugo Morales? O tal vez Gabriela Mistral?"

Demasiados nombres, demasiadas mentes despiertas para las pequeñas mesas de mármol. Demasiados "ahítos de melancolía y café", como uno de sus grandes clientes supo describir.




Decidimos elegir el menú tradicional: Café con tres medialunas y Chocolate caliente con Churros. Ambos tan porteños (si, lo diremos miles de veces mientras respiramos el ambiente, todo "tan porteño") y sobretodo rico. Lo absolutamente destacable fue el chocolate caliente, uno de los mejores que hemos probado.




De algún modo, es extraño ver tanta "porteñitud" mezclada con frases en portugués, mosos que hablan inglés (ese idioma pirata que tantas malas pasadas nos jugó) y clientes que preguntan qué es un churro con dulce de leche.
Con esa sensación nos fuimos: de haber tomado el mejor chocolate con churros de Buenos Aires rodeados de gente que apenas puede entender su gusto.





Vivimos el café y el rito que lo acompaña de una manera muy especial. Está muy unido a nuestra historia, a cada pedacito de la ciudad que conocimos juntos.
Por eso, simplemente por eso, es que comenzamos a seguir el aroma del café.
A donde el café y el viento nos lleve.

Coco & Davidson